Como seguidores e imitadores de Jesús, tenemos una obligación: fuimos llamados a amar, tanto a nuestros hermanos en la fe como aquellos que nos ofenden o insultan y quienes podríamos considerar nuestros enemigos. Sin embargo, no es fácil hacerlo. Sentimos algo en nuestro corazón que no nos permite voluntariamente tener ningún tipo de aprecio por esas personas. Entonces, ¿qué hacemos?
Afortunadamente, la Palabra de Dios tiene la fórmula para hacerlo. Lee más aquí.